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06.04.2018
Entrevista a Miquel Giménez
“Moriarty es un personaje trágico”
Da la sensación de que llevaba toda su vida de escritor esperando este momento y que sabía cómo aprovecharlo, lo que tenía que hacer, lo que quería decir y lo ha hecho con “Yo, Moriarty”. Es una novela que solo puede escribirse con el aprendizaje hecho, con la vida bien vivida, desde la madurez y la reflexión, desde la distancia y la meditación, desde las (pocas) certezas y las (muchas) incertidumbres, desde la inteligencia y la humanidad.
De Moriarty a Miquel, de Miquel a Moriarty…
A continuación…
¿Cuándo conoció a Holmes?
Fue mi padre quien me inició en el mundo Holmesiano, regalándome un ejemplar de aquella entrañable colección Selecciones de Biblioteca Oro, de Editorial Molino, en la que se recogía todo el Canon. Él mismo, lector empedernido, insistió mucho en que me aficionase a la lectura – de hecho, me enseñó a leer y a escribir porque decía que ese placer no podía delegarse -, nutriendo al chiquillo que yo era con las obras de Verne, Salgari, Karl May y, por descontado, Conan Doyle.
¿Y su primer relato?
El primer relato de Sherlock Holmes que leí, creo, fue “La aventura de la diadema de berilos”, incluida en “Memorias de Sherlock Holmes”, publicado en 1967.
¿Y el que le hizo holmesiano?
El mismo. Tenía yo ocho años y, desde el primer momento, me di cuenta de que mi vida como lector iba a estar ligada para siempre a aquel personaje. Poco sospechaba que también lo estaría mi trayectoria como escritor.
Hay holmesianos que, por principio, rechazan los pastiches; usted no…
El pastiche goza de mala fama porque se han cometido auténticos despropósitos, seamos sinceros. Ahora bien, como sucede siempre cuando encontramos una veta de oro, hay que saber separar el valioso mineral de la ganga. Nadie, ni el más conspicuo holmesiano, puede discutir, por ejemplo, la extraordinaria calidad de las narraciones que escribieron Adrián Conan Doyle y John Dickson Carr, recogidas en la mítica colección “Los archivos de Baker Street”, o su reedición en la colección de “El Club Diógenes”, publicada por Valdemar.
De hecho, algunos de ellos los considera, cuanto menos, dignos del Canon
Recomiendo vivamente esas publicaciones, porque nos ofrecen joyas que, como Holmesianos, sería imperdonable perderse, como la obra titulada “La vida privada de Sherlock Holmes”, de Michael & Mollie Hardwick, que dio título a la famosa película, o la recopilación de relatos “Los casos nunca contados por el Doctor Watson”, a cargo de Richard Lancelyn Green. No puedo por menos dejar de mencionar el célebre “Sherlock Holmes contra Fu Manchú”, de Cay Van Ash, que supo unir a ambos colosos de manera magistral, así como el histórico crossover entre Holmes y Arsène Lupin, en el delicioso “Arsène Lupin contra Herlock Sholmès”.
En este aspecto, en España, los últimos años están siendo particularmente fructíferos
Hablando de autores nuestros, ahí están las novelas surgidas de la fértil pluma de Rodolfo Martínez, las del mitógrafo creativo Alberto López Aroca, esforzado escritor y erudito como pocos en el terreno del detective de Baker Street, o la del magnífico escritor Juan Ramón Biedma y su premiado “Tus magníficos ojos vengativos cuando todo haya pasado”, por citar solo a unos pocos.
“Los casos sobrenaturales de Sherlock Holmes” fue su primera experiencia como narrador del detective
Ese relato fue una especie de banco de pruebas, porque no me veía con la competencia necesaria para acometer una novela verdaderamente holmesiana. Es un relato inconcluso, porque, insisto, me sentía indeciso en lo que respecta a abordar la figura del detective consultor.
Literariamente venía desde el Más allá
Sí, de publicar en Nubico Planeta un serial titulado “El Batallón de las Sombras” en el que narraba las peripecias de un grupo ultra secreto y secular de investigadores de lo sobrenatural al servicio de la Corona española, y opté por inclinarme hacia lo outré, ese terreno tan propicio para Holmes y que, sin embargo, Conan Doyle quiso siempre evitar a pesar de sus inclinaciones en el terreno de las ciencias ocultas.
En “La aventura de la logia del dragón”, su segunda incursión en la narrativa sobre Holmes, da la sensación que está disfrutando
Efectivamente, es -si así podemos calificarla- más “suelta”, más cómoda, pensada de un tirón y escrita de la misma manera. Se pensó incluirla en la antología “Sherlock and Dragon”, de la que su editora, Mayte Duarte, ya me había dado noticia invitándome a formar parte, pero pensé, una vez más, que debía ofrecer algo mejor, y la dejé apartada para que fuese Nubico su destinataria.
“Los seis dragones de Jade” es una aventura canónica
Al llegar el momento de contribuir con mi relato a la fascinante antología que debía unir a Holmes y a la figura del dragón, tan querida por otra parte para Mayte, me obligase a escribirlo como una aventura canónica, sin concesiones a elementos mágicos, centrándome en los personajes y dando oportunidad para que ellos hablasen por sí mismos.
Ofrece una Irene Adler distinta. Una Irene a quien Holmes se le queda pequeño, muy pequeño.
Efectivamente, siempre me han fascinado los personajes que en el Canon pueden parecer secundarios, pero que acaban teniendo un impacto emocional tremendo sobre Holmes y su carácter. Poco sabemos de Irene Adler, de Moriarty, de Mycroft o del mismo Sherlock Holmes, si a eso vamos, por boca de Conan Doyle. Tal parece que el escritor se contenga para no humanizar en exceso la figura sombría del detective. Ahora bien, si algo caracteriza a los holmesianos es nuestro deseo de saber más, de profundizar en las Sagradas Escrituras, y de ahí nace cualquier pastiche honesto.
De ahí nace, en cualquier caso, “Yo Moriarty”
Cierto, en “Los seis dragones de Jade” empecé a vislumbrar lo que acabaría por ser “Yo, Moriarty.” Irene fue, de alguna manera, mi conejillo de Indias.
“Yo Moriarty” no es una novela fácil, ni siquiera de imaginar ¿Cuál fue la idea inicial?
Como en toda cuestión criminal existen culpables con nombres y apellidos. El primero es nuestro presidente del Círculo Holmes, el bueno de Miguel Ojeda. Fue en la presentación de una novela de corte steampunk escrita por mí, en la que presentaba el mundo Holmesiano de manera fantacientífica, adentrándome en el terreno de la mitografía creativa, titulada “Mystero”, editada en español por Xandri Edicions y que este año verá su publicación en francés a cargo de Ramsay Editions. Miguel me preguntó por qué no escribía un pastiche. Creó que farfullé las excusas de siempre, pero su interés hizo mella en mí, y me propuse hacerle caso. No pasa todos los días que a un presidente le suceda esto, como tampoco es frecuente que sus consejos sean apropiados y útiles.
(risas) Es algo nada, nada habitual. Esperemos que no lea la entrevista
(risas) El caso es que me puse a investigar con la idea de elaborar una novela en la que el protagonismo fuese de Holmes, por descontado. Ahondando en el Canon, pensando posibles tramas, reparé en algo que ya había advertido y que comentaba hace un momento: los secundarios en la saga de Sherlock Holmes tienen una fuerza inusual, poderosa. Como guionista de radio y televisión que soy, me planteé que pasaría si se hiciesen spin off en los que el peso de la trama lo llevasen Irene, Mycroft o Moriarty. Se había hecho con la señora Hudson, con los Irregulares, pero no con los que constituyen el núcleo duro, por llamarlo así, del detective. Fue ahí cuando reparé en la figura del Profesor. La némesis del mayor campeón de la justicia de su generación era casi un espectro del que poco sabíamos. ¿Acaso un adversario tan formidable no debía tener su propia voz?
Ya se había intentado otras veces
Sí, consciente de que ya existían novelas protagonizadas por Moriarty, buceé en ellas y solo vi el reflejo de lo esbozado por Conan Doyle. Se limitaban a retratarlo como a un genio del mal, lo que, a mi juicio, le otorga un perfil plano, sin mayores complejidades psicológicas. Si Holmes es muy difícil de definir en cuanto a persona, ¿qué no podría decirse de su mayor enemigo? El reto me apasionó desde el primer instante. Me consagré a escribir acerca de Moriarty, secundado por mi esposa, Elena, y, por cierto, fue una ardua labor. Cuando le hable del proyecto a Mayte Duarte nos dimos cuenta de que ambos deseábamos publicarlo y así nació lo que ahora puede adquirir el lector.
Como forma narrativa escogió la primera persona
Al elegir la forma de unos diarios del Profesor se me plantaba un primer reto: no habría diálogos. El libro es un monólogo que Moriarty hace ante quien lo lee, y eso, que a muchos les podría parecer una ventaja no lo era para mí, acostumbrado a escribir dialogando. Así pues, el primer reto fue conseguir que una sola voz pudiera convertirse en muchas para no cansar al lector. El segundo fue el de darle verosimilitud, una cronografía, un encaje con lo que pasaba en el mundo real mientras las peripecias entre Moriarty y Holmes se sucedían. Eso me llevó a una concienzuda labor de estudio e investigación, tanto del Canon como de los archivos históricos que se relacionaban con la trama. Decidido a hacer del adversario de Holmes un revolucionario, era lógico que, siendo una mente magistral, estuviera implicado en todos los complots y actos terroristas de su época. No fue fácil, pero una vez decidí que Moriarty debía ser todo lo opuesto a Holmes, sin que eso le hiciera caer en el cliché de Napoleón del Crimen, hilvanar la trama se convirtió en un divertido pero agotador camino.
Hace metaliteratura y anota el libro
A instancias de un buen consejo de mi amigo y escritor Ignacio de Castro, incluí los pies de página, puesto que me atribuí el papel de mero traductor de los diarios de Moriarty, hallados providencialmente. ¡Eso todavía le provoca pesadillas a Mayte que, como editora, se las vio y se las deseó para maquetarlo! Pero el resultado ahí está.
Aunque pudiera parecerlo no es una novela iconoclasta con el Canon, más bien al contrario…
Cualquier deconstrucción de un mito, y “Yo, Moriarty” lo es, debe partir de dos premisas. Primera, el conocimiento exhaustivo del mismo; segunda, un tremendo amor hacia el mismo. De ahí que, aunque todos los elementos canónicos estén presentes, la interpretación que ofrece Moriarty sea totalmente opuesta a la de Holmes. Se trataba de darle la vuelta al espejo y ver qué había detrás, pero jamás me he propuesto dinamitar lo que establecido está. Por ejemplo, nunca se me ocurriría hacer de Holmes un robot o un marciano, como he leído en algunos relatos.
… aunque le “de la vuelta” al Canon…
El libro es una revisión de los valores que hemos aceptado como únicos durante todos estos años, poner bajo el microscopio y diseccionar a los personajes que nos parecen conocidos y ver que contienen dentro, pero jamás suplantarlos o mixtificarlos. Es una especulación, si se quiere, moral con respecto a cosas que en aquellos años bien podrían pasar por aceptables, pero que a la luz de nuestros tiempos pueden parecernos, y de hecho lo son, como mínimo cuestionables.
En cierto sentido el libro es un espejo de Magritte que devuelve Holmes, Watson y Mycroft su verdadera cara; es decir, su retrato de Dorian Gray
Efectivamente, de ahí que la metáfora del espejo sea del todo acertada. Quisiera creer que para el lector también lo sea el poner en tela de juicio lo que se da por comúnmente aceptado. Vivimos una época convulsa en la que las fake news, por citar solo un ejemplo, contribuyen en no pocas ocasiones a conformar la opinión pública de manera sesgada, deformante de la realidad. Por eso lo que propongo con “Yo, Moriarty” es darle una posibilidad a la duda, a cuestionarnos las versiones oficiales, a escudriñar lo que hay detrás de los iconos. ¿Cómo calificaríamos hoy en día a alguien que opera al margen de las fuerzas policiales, se arroga el derecho a indultar o no a un delincuente por cuenta propia, goza de inmunidad gracias a la alta posición de su hermano, es un misógino, un drogadicto, un servidor de tronos y nobles? ¿Acaso no nos sería más empático alguien que luchase contra todo eso, una persona que pusiera su extraordinaria mente al servicio de los desvalidos y luchase contra el poder? He ahí el dilema que plantea el libro.
Camilo José Cela dijo de una de sus novelas que era “la purga de su corazón”. Su novela es la purga de Moriarty; es tanto un ajuste de cuentas como una declaración de principios, una explicación y una justificación.
Aunque Moriarty diga en un determinado momento de la narración que no necesita auto justificarse, el contenido de sus diarios lo desmiente. Yo lo veo como a un hombre que precisa certificar que lo que hace está bien, que tiene sentido, que posee una cierta utilidad para sus semejantes y, en definitiva, para él mismo. Moriarty es una persona hecha a base de embates de la vida que, como muchas otras, experimenta lo que hoy llamamos la soledad del hombre moderno. Es el angst, el miedo existencial a la vacuidad, a que nada tenga sentido, lo que le obliga a dejar constancia en sus diarios de lo que hace y, muy especialmente, de las razones que lo llevan a hacerlo.
Los diarios son, en cierto sentido, su testamento
Dialoga consigo mismo aquello que no puede dialogar con nadie más, ni siquiera con Irene. Ese es el asunto que ocupa, evidentemente, a todo escritor, establecer un diálogo, en primer lugar, consigo mismo para después abandonarlo en manos de otro, el lector, del que acaso no sepa jamás la opinión. Los diarios son una catarsis para el Profesor, una válvula de escape en un mundo terrible, sometido a reglas durísimas, a persecuciones, a violencias. Es muy posible que el narcisismo al que asistimos hoy en las redes sociales, que raya en impúdico exhibicionismo en numerosísimos caos, no sea más que una muestra de esto que digo. La soledad del ser humano, a día de hoy, rodeados de tanta tecnología, es total. En ese sentido, Moriarty se anticipa a su época, convirtiéndose en un post moderno.
Moriarty aparece como la auténtica figura del Ángel Caído…
Es un personaje trágico, evidentemente, desde el mismo instante en el que se sitúa al margen de lo socialmente aceptado. Su rebeldía ante todo lo que suponga el poder lo revela como un ser que quiere trascender de la condición de mero comparsa de la historia, convirtiéndose en protagonista de ella, negándose a dejarse pastorear por nada ni por nadie. Es otro aspecto más en el que el Profesor se nos muestra como un avanzado a su época, tan preñada de códigos intocables. Su dialéctica moral, su metodología de acción directa, su gran plan de cambio de las estructuras sociales lo sitúa en una atalaya ideológica, pero también ética, muy por encima de sus contemporáneos.
Es un Prometeo en rebelión contra los dioses a los que roba el fuego.
Ahora bien, cuando lo imagino, lo veo más como un Sísifo, empeñado en empujar la roca de la sociedad hacia la cúspide, pero condenado a verla rodar montaña abajo para volver a empezar de nuevo. Quizás sea el destino de todos los visionarios, de los revolucionarios, de los idealistas. No existe el progreso definitivo como tal. Los seres humanos, y Moriarty es básicamente eso, un ser humano que experimenta emociones a diferencia del cauterizado Holmes, somos limitados en el tiempo, de ahí que la urgencia histórica del Profesor sea una constante en su manera de vivir, así como también la primera causa de su angustia. Sabe que jamás cruzará el Jordán, pero eso le convierte en alguien todavía mucho más próximo a nosotros.
Como tantos revolucionarios, en ocasiones, su Moriarty desprecia al pueblo llano y a sus diversiones…
¡Claro! Conocedor del alma humana, sabe que la maniquea división entre buenos y malos es falaz. ¿O es que entre los policías que reprimieron las manifestaciones del Domingo Sangriento no podríamos hallar a buenos padres de familia, esposos complacientes, amigables vecinos o gente de buen corazón? Las primeras víctimas de la represión son los propios represores, porque el poder busca entre el pueblo a sus servidores, a aquellos que deben encargarse de golpear con sus porras a sus propios hermanos.
Quiere una revolución, pero no puede contar con el pueblo.
En este sentido es paradigmático el papel, saliéndonos de contexto, que realizaban los Kapos en los terribles campos de exterminio nazis. Eran reclusos que, para poder disfrutar de algo más de comida y disponer de algún mísero privilegio, azotaban a sus hermanos, los llevaban hasta las cámaras de gas o los incineraban en los hornos crematorios. ¿Hay algo más terrible que eso? ¿Existe una perversión mayor que aquella que convierte a tu amigo en tu verdugo? Y, sin embargo, sucede diariamente. No se trata del bien o del mal, se trata de la condición humana, capaz de las más hermosas proezas, así como de las más atroces acciones. Moriarty, hijo de la miseria, conoce muy bien todo esto, de ahí su necesidad de cambiar la sociedad incluso a pesar de que los posibles beneficiarios de ese cambio se opongan. ¿Es una contradicción? Sin duda, pero cualquier revolucionario ha tenido que enfrentarse a ella.
Es una novela, por otra parte, muy dialéctica; analiza las relaciones entre poderes y contrapoderes como motor de la Historia.
Siempre me he mostrado más próximo a las tesis que Jacques Monod trenzaba en su libro “El azar y la necesidad” que, a la interpretación marxista de la historia, pero es innegable que a lo largo de la misma hay una lucha eterna entre los diferentes grupos que aspiran a detentar el poder económico y, por tanto, social. La observación hegeliana acerca de la tesis, antítesis y síntesis me parece muy oportuna respecto a lo que dice Moriarty. Analiza lo que sucede a su alrededor en base a los hechos, lo que él opina de lo mismos, y acaba por extraer de ellos la consecuencia que, en su caso, siempre tiende a socavar el establishment. Ahora bien, si solo aceptásemos los factores económicos como el motor que ha movido a la humanidad nos quedaríamos a medio camino, porque como dijo el sabio, hay otras cosas.
En esa lucha cobran una importancia singular los clubes, las asociaciones paralelas a la ley, las sociedades secretas…
Ahí voy. Incluso actualmente, desconocemos lo que se mueve detrás de las bambalinas del poder. El Bildelberg, el Club Bohemio, la Trilateral, incluso organismos en teoría sometidos al escrutinio popular como parlamentos o gobiernos nos son desconocidos en buena parte. Observemos que, por ejemplo, los ministros juran guardar silencio acerca de lo que se delibera en el consejo. Puede que a muchos les parezca un detalle banal, pero es indiscutible que, al poder, se sitúe en la escala que se quiera, no le gusta dar explicaciones. Y si eso pasa en países formalmente democráticos excuso decir lo que pasará en naciones sojuzgadas por un gobierno dictatorial. Todavía no se ha escrito una historia seria y fundamentada en datos veraces acerca de la influencia que hayan podido tener en sus respectivos gobiernos organizaciones como la Vehme alemana, el Skull and Bones en los EEUU o el Opus Dei en España. Y, sin embargo, ha existido y existe. Organizaciones que nadie conoce, salvo los que están en el secreto, manejan los hilos del mundo y no es conspiranoia, es, simplemente, observación.
Su segunda narración holmesiana la basa en la importancia de la masonería…
Por descontado que la tiene, y en el caso del Reino Unido todavía más. Se obvia frecuentemente un hecho: el monarca británico suele ser, además del cabeza visible de la Iglesia, el Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Un ejemplo de lo que digo: en Londres existe una logia que depende de este organismo que he citado únicamente integrada por funcionarios del ayuntamiento. Su Venerable Maestro es el propio alcalde londinense. En Francia se da el fenómeno de las llamadas Fraternales, organizaciones masónicas transversales que agrupan a profesionales del mismo oficio – abogados, médicos, políticos, periodistas, etc. – aunque sean de Obediencias masónicas distintas. Ellos aseguran que solamente les une el hecho de reunirse para compartir fraternalmente sus experiencias, pero ¿alguien puede demostrar que en esas Tenidas no se intercambian favores, se urden pactos, acuerdos, decisiones que nos van a afectar después a todos?
Tenidas que se suelen considerar irrelevantes
El peso de la masonería es tan y tan importante en la reciente historia de Europa y de los EEUU que no se conciben hechos como la Revolución Francesa, la independencia de las colonias americanas, británicas y españolas, la creación de la ONU, la OTAN, la UE o incluso la entrada en la II Guerra Mundial de los norteamericanos sin esa institución. Decía que todavía está por escribirse una historia del mundo a la luz de la influencia que han tenido las sociedades secretas, y no me estoy refiriendo a las novelas de Dan Brown o a las visiones de Daniel Estulin. Hablo de un estudio sereno y desapasionado. Me interesa mucho, por ejemplo, la influencia en el nacionalsocialismo de sociedades como la Artamanen, la Orden Germánica, la Thule, incluso la Vehme a la que aludía hace un momento. La falacia huye de la luz para refugiarse en las sombras, que es donde mejor se mueven este tipo de organizaciones, aunque muchas de ellas se hayan convertido, anquilosadas por el tiempo, en meros clubs de apoyos mutuos.
En otro orden de cosas, en “Yo Moriarty” aprovecha para ajustar cuentas con Jack el Destripador.
Ese es un mito que ha hecho correr no pocos ríos de tinta y del que, quizás, nunca sepamos la verdad absoluta. En mi novela doy una posible solución, imaginaria, pero real, lejos de conspiraciones o elementos fantasmagóricos. Me interesaba más mostrar como las víctimas son siempre las débiles, mientras que lo poderosos las manejan a su antojo. De ahí, y sin querer levantar la liebre, los responsables de aquellas atrocidades sean los que son en la trama. Y me detengo aquí, no pretendo destriparle el argumento al lector.
La ciudad recurrente de la novela es París; de alguna manera bien puede decirse que, desde la aparición del concepto de derechos humanos (hasta entonces inconcebible) allí se coció, por el fuero y por el huevo, el pensamiento de la Europa de hoy en día.
Esa es la diferencia entre el Londres de Holmes y el París de Moriarty. Mientras que el primero era la capital de un vasto Imperio, encorsetado por la rígida moral victoriana y todo el cortejo hipócrita que suponía, París era la capital del exceso, de la cultura, del arte, el faro que atraía a artistas y conspiradores, aventureros y magnates, prostitutas e idealistas. Por eso a Moriarty le interesa tanto París, en tanto que epítome de lo que considera interesante. Denota el Profesor un desprecio hacia la vulgaridad de Holmes, al que le niega el menor conocimiento ni sensibilidad artística. Moriarty ve a París como un laboratorio de ideas y, por qué no decirlo, de diversión. Se nota por sus escritos que allí se halla a sus anchas, cómodo, feliz incluso. Nótese que los atentados que planea tienen como lugar preminente el continente, porque Inglaterra es para el poco menos que una cárcel en la que ha decidido instalarse por motivos que el mismo explica a lo largo de la narración; pero es en la Ciudad Luz donde actúa como mecenas de locales, de empresas intelectuales, de revolucionarios. No es casual que al final del libro Francia cobre un gran protagonismo.
Las páginas de la novela sobre París son apasionadas. Esa intensidad no se consigue tan solo con ponerse en lugar del personaje
¡Claro que no! En lo personal, debo añadir que, para mí, París siempre ha sido y será un lugar en el que recargar las pilas intelectualmente. Pertenezco a una generación educada en la admiración hacia Francia en todos los órdenes. Decía Josep Pla que en Francia hay un dolor latente bajo la piel cuando se dan cuenta que la preminencia que tuvo su país y, en especial, París, ha cedido el testigo a Londres o Nueva York. Creo que, si bien eso puede ser cierto en parte, a los parisinos les sigue moviendo ese èlan vital que siempre ha existido entre ellos. Conozco muy bien la ciudad, incluso viví allí un cierto tiempo, y soy de los que opinan que, a pesar de que se ha vulgarizado como todas las capitales europeas, mantiene muy alto el listón del arte, del pensamiento, de la vida, en suma.
Sigmund Freud fascina a su Moriarty, da la sensación de que a usted también. De hecho, su importancia es incalculable. Para bien y para mal hay un antes y un tras Freud…
Es indiscutible que existe un antes y un después de Freud. Fíjese que al marxismo le falta, para ser una teoría válida, la psicología freudiana, y eso que actualmente ya ha sido superada. Pero en su momento fue algo detonante, explosivo, revolucionario, de ahí que me pareció lógico que a Moriarty le fascinase la figura del vienés. Me divirtió mucho explicar sus rifi rafes con Charcot, aunque tuve que ir a París para documentarme, así como darle el papel de revolucionario amigo de un líder anarquista como es el Profesor.
También lo hay tras Nietzsche y Marx, los otros dos filósofos de la sospecha.
Sin duda alguna. Moriarty bebe mucho de Nietzsche, en especial de su pesimismo vital, tan distinto del de, por ejemplo, Schopenhauer. Podríamos decir que el Profesor encarna ese héroe que el filósofo alemán describía, trágico, destinado a la soledad. Cuando Nietzsche escribió que lo que el decía era para ser leído por un lector del futuro, reconociendo la imposibilidad del menor reconocimiento por parte de sus contemporáneos, parece estar hablando del Moriarty que aparece en estos diarios. Son hombres hechos para la posteridad.
A menudo, a lo largo de su relato, Moriarty se plantea la razón, la causa de todo, en cierto sentido es, también, una novela con preocupaciones existencialistas.
De hecho, me atrevería a decir que el Profesor profesa una especie de existencialismo pre Sartre, en especial el que describe en La Náusea, cuando habla de lo que sucedería si nuestra lengua se tornase una abeja viva, vibrante en nuestra cavidad bucal. Nietzsche y Sartre sumados darían una buena medida de lo que piensa Moriarty.
Moriarty, como tantas personas autoconscientes, está acribillado de lucidez
El pesimismo es la primera condición de la lucidez, dijo el sabio, y Moriarty, empapado de libros como “El arte de la guerra” de Sun Tzu, se preocupa más de lo real que de lo irreal. Aunque eso pueda parecer contradictorio en una persona que se define como idealista, no lo es. Solo a partir de lo que existe, lo real, puede construirse una Arcadia que, de otro modo, carecería de cimientos. Moriarty se opone a Holmes básicamente en eso: mientras que al detective le parece bien el orden establecido y no encuentra motivo alguno para cambiarlo, a Moriarty le desasosiega, le produce una repulsión total. Podríamos decir que, mientras el detective acepta, el Profesor se rebela. Ahora bien, la rebelión está penada en nuestra sociedad, de ahí que Moriarty sea, mucho más que Holmes, un ser profundamente insatisfecho y, por lo tanto, infeliz.
Le embarga el desánimo, la melancolía…
Ciertamente, esa misma lucidez es la que le hace comprender lo que le rodea y le produce esos raptos de melancolía, incluso de abatimiento, como cuando confiesa en varias ocasiones su infinito cansancio. Enfrentarse al Mal, con M mayúscula, es fatigante, nos dice. Pero esa es su misión, la que el mismo se ha impuesto como hacen todos los grandes hombres, y no puede ni quiere abandonarla. Sin esa conciencia total del cometido que debe cumplir, probablemente se derrumbaría y los hermanos Holmes obtendrían la victoria. Aunque no estoy del todo seguro de que no haya sido así, porque el poder siempre sabe perpetuarse a sí mismo mientras que, en cambio, la revolución es tan frágil, tan débil, tan episódica…
¿Su Moriarty es un visionario o un conspiranoico? ¿Un orate o un santo? ¿Un revolucionario o un nihilista? ¿Nada de lo anterior?
Moriarty es, ante todo, un hijo de su época, con las contradicciones que supone pertenecer a una generación bisagra entre el industrializado siglo XIX y el XX, que se atisba como una época de milagros y terrores sin parangón. Pero creo que también es un hombre adelantado a su tiempo, igual que Irene es una mujer nada común para los estándares de su época. Su lucha se centra más en el porvenir que en su propio tiempo. Moriarty intuye el horror que provoca la sombra de un capitalismo salvaje, con las minas de Gales en las que trabajan como esclavos los niños, con un Imperio integrado por naciones sometidas y esclavizadas a la metrópoli, con una sociedad rígidamente dividida y compartimentada en clases impermeables. Cree que, si nadie detiene su marcha, el mundo victoriano acabará por devorar al planeta entero con sus hipócritas e injustas normas. Y, claro, se alza ante todo aquello. Las descripciones que nos ofrece, por ejemplo, Charles Dickens debidas a sus paseos nocturnos por Londres, paseos que compartía en numerosas ocasiones con el propio Conan Doyle, nos bridan un fresco horrible de la capital británica, en el que barriadas enteras acumulan a miles de personas hacinadas en condiciones infrahumanas.
Es un revolucionario, evidentemente, porque nadie mínimamente decente se quedaría cruzado de brazos ante tal cosa. Pero no lo veo como a un santo, ni mucho menos. Tampoco como a un orate o a un conspiranoico, porque tiene la mente lo suficientemente bien amueblada, y perdone el galicismo, como para incurrir en la quimera de confundir sus deseos con la realidad. Moriarty se abre al lector para demostrarle que todo tiene varios ángulos desde los que analizar las cosas, y es, en ese sentido, de una cordura tremenda. Ahí yacen su grandeza y su terrible dolor.
Moriarty volverá, claro…
¡Bueno, aún estoy reponiéndome de los tres años que le he dedicado! Pero como parece que el libro ha despertado cierta curiosidad entre la gente que lo ha leído y mi editora insiste también en ello, puedo anunciar que Moriarty volverá. De hecho, lo publicado en “Yo, Moriarty” se corresponde solamente al primer legajo, quedando en el tintero muchas cosas más. Hay todavía demasiados puntos oscuros que no quedan suficientemente aclarados, muchas incógnitas por desvelar, muchas preguntas que todavía no han encontrado respuesta adecuada. ¿Qué pasa con las diferentes esposas del doctor Watson? ¿Por qué esa obstinación del doctor y su amanuense, Conan Doyle, con el nombre de Violet? ¿Quién era el misterioso Porlock, el infiltrado que Holmes decía tener dentro de la organización de Moriarty? ¿Existió realmente?
Por otro lado, existen muchas actividades del Profesor que todavía nos son desconocidas. La historia sucedida en Barcelona relacionada con “La aventura de los lentes de oro”, por ejemplo, que ha podido ser encontrada entre los numerosos papeles que contiene la caja de latón y debidamente restaurada y desencriptada – estaba escrita en una clave diabólica, basada en el alfabeto enoquiano de John Dee - o cierta misión relacionada con la iglesia católica y la masonería que jamás ha sido revelada y en la que tanto Moriarty como Irene Adler tuvieron un papel destacadísimo, en la que un tal cardenal Tosca y unos camafeos son objeto de una gigantesca conspiración.
El libro está plagado de historias inconclusas o insinuadas
Son muchas las páginas que todavía deben ser puestas en conocimiento del público, pero no hay que temer, porque el mundo de Holmes es infinito, así como el de Moriarty, tanto como lo es el de la humanidad, tan diverso, tan hermoso, tan cruel, tan repleto de cosas que solo esperan ser descubiertas y narradas para hacernos más soportable eso que hemos convenido piadosamente en llamar existencia.
Y es que, como no puede ser de otra forma…
El juego continúa.
Luis de Luis Otero a/k/a Jabez Wilson para el Círculo Holmes
Admin - 16:49:58 @ ENTREVISTAS
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