CÍRCULO HOLMES

Asociación Cultural

Bienvenido a nuestro cajón de sastre


Efectivamente, este es nuestro cajón de sastre. Aquí iremos poniendo todo aquello que no tenemos integrado en los demás menús. De momento podeis disfrutar de Entrevistas, Podcasts y Artículos que iremos colgando a medida que podamos. Ya podeis ir disfrutando de las buenas entrevistas realizadas por nuestro Jabez Wilson particular, Luís de Luís y de algunos podcasts que hemos recuperado por ahí, alguno de ellos realmente importante y difícil de conseguir. ¡Pasen y vean!


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17.05.2017

Entrevista a Felipe Santacruz

“Siempre escribo mejor después de leer a Cervantes”

Con House es Holmes (2016) Felipe Santa Cruz culmina su trilogía sobre el detective consultor iniciada  con El vagabundo que creía ser Sherlock Holmes (2013) y La celada de Moriarty (2014). A pesar de lo que pudiera parecer, la obra de Santa Cruz que bebe, entre otras fuentes, de la picaresca de entonces, de la (ir)realidad de siempre y de la paradoja cervantina es sumamente canónica como respetuosa con el mito del detective de Baker Street. Y es que, hilarantes y melancólicas, las novelas de humor de Felipe Santa Cruz son un asunto muy serio.

Pasen y vean.

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En un momento de la novela hace toda una declaración de principios: “Todo lo contrario, seguían una lógica perfecta, por mucho que la base sobre la que se cimentaban se constituyese con pura ficción –la ficción nunca es pura”.

Creo que es absolutamente así: la ficción nunca es pura, y tampoco lo es la realidad. Toda narración tiene su sustento en la realidad y toda realidad es edulcorada o desfigurada por la subjetividad del narrador, ya sea este un escritor, un guionista de cine o un señor que cuenta en un bar que su jefe le está haciendo la vida imposible. Y sí, tienes mucha razón, fue una declaración de principios, porque eso es justo la saga de Mi querido Guasón, es la realidad más cotidiana alterada con elementos propios de lo absurdo.

A pesar de lo que pudiera parecer  El vagabundo que creía ser Sherlock Holmes es muy canónica (hay un caso a resolver , se recrea el formato y estructura de las aventuras originales…) lo que demuestra dos cosas; una, que es usted muy holmesiano ;dos, que el humor es una cosa muy seria…
Y ambos elementos son igual de importantes para mí en estas novelas. El humor, casi siempre traído por situaciones absurdas, y Sherlock Holmes y su universo. Le he dado, además, como bien dices, mucha importancia al Canon , la ficción apasionante creada por Conan Doyle, no por nada en especial, sino porque es muy bueno. No solo es que me guste Sherlock Holmes, es que, además, me encanta cómo narra sus aventuras Conan Doyle, por eso sigo sus estructuras y su tempo, porque creo que es un ejemplo a seguir y, en una novela que lo parodie (es decir, que le rinda tributo), se quedaría corta si sólo tomase prestados los nombres de sus personajes.

“¿Quien necesita una frase coherente?” se pregunta, muy chestertonianamente, Guasón. La novela es muy gilbertkeithana… 
Es muy curioso que me hables de Chesterton, pues mi primera idea fue que la novela El vagabundo que se creía Sherlock Holmes se centrara no tanto en un caso, sino en una batalla intelectual y pragmática entre Guasón, representante del razonamiento deductivo holmesiano, y don Germán, quien, en un primer esbozo, iba a ser el paladín de la intuición, apoyada en un profundo entendimiento de la mente y de las pasiones humanas más propias del padre Brown, personaje de Chesterton. De ahí que, el Watson de esta historia, sea un sacerdote licenciado en medicina, pues le di un poco de Brown y un poco de Watson.

“En Sevilla se piensa con más rapidez y mejor” dice en su tercera novela ¿El detective  Guasón es impensable fuera de Sevilla?
Creo que podría surgir un Guasón en cualquier ciudad en la que haya una buena cantidad de bares y donde los ciudadanos dispongan de tiempo libre para ocuparlos. Sin embargo, Sevilla ha aportado ciertos condimentos a los personajes de la novela. Por un lado, Guasón es un pícaro, un caradura, y la ciudad no lo desprecia por ello. Don Germán y su hermana, Sara, dan importancia a las conveniencias en una tierra rancia en la que el qué dirán es reglamento. Paco, el policía que hace de Lestrade, es un tipo con “mucha guasa” como diríamos en Sevilla.

No solo en las calles transcurren sus novelas, también lo hacen “al calor del amor en un bar”.
Por supuesto, no podría ser de otra forma. Siempre me han gustado los bares. En su tiempo me gustaban más que las discotecas porque en ellos se podía hablar y conocer a gente interesante. No digo que en las discotecas no la haya, pero la predisposición es distinta. Y no sólo he conocido gente en los bares, en ellos he leído, he escrito poemas en la barra con tiza o relatos en el teléfono móvil o en un cuadernillo. Hoy día tengo menos tiempo, pero aún así, el rato del desayuno leyendo en el bar es un balón de oxígeno, una cápsula atemporal que me permito cada día.

Y es que “¡Bares, que lugares!”
Sí, bueno, el espíritu del entorno de Guasón está sacado de un bar que solía frecuentar y que, por desgracia, cerró. Caí por casualidad en él una noche, siendo aún universitario, y me maravilló lo variopinto de la clientela y de los camareros. Comencé a acudir casi a diario y a codearme con cualquiera que estuviera en la barra. Creo que lo que se dio en aquel bar fue único, pues el dueño te introducía en cualquier conversación de cualquier grupo, y lo mismo hacía con los vagabundos que pasaban a tomar una copa o un café. Surgió un hermanamiento extraño. Fueras a la hora que fueras, sin avisar, había un conocido en la barra y tú, pues te entregabas a la aventura que estuviera contando.

Desde luego la espléndida fauna de excéntricos –Carlos Lozano, Don Manué, el Cruci, etc.- que puebla el bar El Traqueteo, que recuerdan a la literatura de bohemios de Emilio Carrere, no se encuentran así como así…
Algunos de ellos están sacados del bar que he comentado antes. Incluso han conservado el nombre. Otros, como el Cruci, Flufi, Fermín, los poetas, etcétera, son inventados, y salieron de las páginas de Rutinas, un libro de relatos que escribí justo antes de comenzar con la primera novela de Mi querido Guasón.

Entre ellos destaca Flufi –quien cada día cree ser un personaje distinto– y cuyo papel en la saga Guasón será crucial y quien, además de aportar comicidad, está acribillado de melancolía
No sé si has escuchado alguna vez la anécdota sobre Tolkien que dice que, a veces, en sus clases, se disfrazaba de hombre del Medioevo para recitar el Beowulf en inglés antiguo. Pues a mí me la contaron hace mucho tiempo y me pareció algo de lo más tierno. De ahí salió Flufi. La diferencia es que Flufi se disfraza cada día y adopta la personalidad del personaje representado.

Otro personaje-hallazgo es Fermín,
Fermín es otro de los personajes de Rutinas, de hecho fue de los primeros relatos cortos que escribí. Igual que me ocurre con Flufi, me despierta mucha ternura, pero nunca me he planteado el porqué. Fermín es un personaje que abandona un oficio que detesta y para el que no es apto, y se dedica a su pasión: juzgar a los peatones que desfilan por el trozo de acera que él considera su pasarela particular y al sol en su descenso, por supuesto. Y lo que más me gusta de él es que se lo toma muy en serio. Fermín es un tipo valiente y consecuente.

“Lanzándose al vacío de las calles que para Pedro (Guasón) eran su vida”. La melancolía es una constante en sus personajes que huyen de la realidad que, o no les acoge o les rechaza 
De hecho ese es un tema central en mi obra. No sólo hablo de él en Mi querido Guasón, también está presente en mis poemas, en Rutinas y en Diario de Kiwiperonolafruta, que fue la primera novela que escribí. Por algún motivo, mis personajes siempre se refugian en la ficción. La realidad les sabe a poco. A menudo son ellos quienes rechazan la realidad, no porque ésta les sea hostil (que también), sino porque les resulta insuficiente. Creo que hay un motivo para este comportamiento y para esa melancolía que salpica a muchos de mis personajes, y es que sufren de una cualidad muy traicionera: tienen imaginación, mucha, y lidian con ella lo mejor que pueden. Creo que estos personajes son un trasunto de mí mismo; de ahí la recurrencia.

Para defenderse y sobrevivir, algunos de ellos crean su propia realidad, son, en este sentido, muy quijotescos y, a la vez, mantienen un acusado sentido de la dignidad y de la autoestima
Está claro que si tuviera que nombrar dos influencias claras de Guasón, serían Sherlock Holmes y el Quijote. Creo, además, que siempre escribo mejor después de leer a Cervantes.
En mis novelas, los personajes no pierden su identidad por mucho que la aparten momentáneamente. Guasón no es sólo el envoltorio que lo cubre durante sus aventuras. Tiene un propósito firme, ser Sherlock Holmes, pero siempre es él tratando de ser Sherlock Holmes lo mejor posible. Y de ahí emana su autoestima. Lo mismo ocurre, aunque de una forma más compleja, con Flufi. De hecho, uno de los retos más complicados que se me presentó fue que Flufi tuviera una personalidad, aunque el lector nunca llegara a conocerla explícitamente, pues casi siempre que Flufi aparece en escena está siendo otra persona. Sin embargo, siento que lo he conseguido, y la prueba es que se le coge cariño y nadie le toma cariño a un nombre que hace cosas.

Sancho Panza, el Dr. Watson, Don Germán tienen un aire de familia. Son, por cierto,  como críos que llevaban toda la vida esperando que apareciese un Quijote, Holmes o Guasón para que les sacase a jugar
Ja, ja. Completamente de acuerdo. Al final, Holmes, don Quijote y, en este caso, Guasón, se convierten en una suerte de Peter Pan que los lleva al País de las Maravillas.

“Las presentaciones de libros tienen algo en común con las películas de Fellini …”. Un, por así llamarlo, ecosistema de El vagabundo … es el submundo literario de los aspirantes a poetas “en la mayor parte de los casos el autor vende más que la obra”, las editoriales pequeñas, los eventos a los que solo acude la familia y se predica a los conversos y las pequeñas y épicas librerías , “que ustedes visitan por Reyes, San Valentín y cumpleaños”)
Yo entré en el mundo editorial en plena crisis. Me pilló de lleno. Las editoriales no podían arriesgar a publicar a autores que no pudieran vender por sí mismos sus propios libros. Quiero decir, un periodista tiene su propio escaparate, un catedrático también, y podría seguir, pero los ejemplos los conocemos todos. Conseguí publicar un poemario y firmar un contrato para una novela titulada De un solo trago con una editorial ya desaparecida. Sin embargo, esta se editó pero nunca vio la luz. Fue apartada por publicar una novela de un conocido entrenador de fútbol. Tras cerca de un año de espera tras la firma del contrato, decidí publicar mi siguiente novela por mi cuenta. Esta fue El vagabundo que se creía Sherlock Holmes. Y no me fue mal. Al final, pensé que si es el autor el que vende, ¿cuál es el trabajo de la editorial? ¿La edición? Con los medios de hoy día cualquiera puede, con trabajo duro, maquetar su libro y pedirle a alguien que le diseñe la portada. Decidí dar el salto, y Amazon lo hizo posible. Así que al final, la cosa salió bien. He conseguido mis dos sueños: escribir y ser leído. Y por supuesto que tengo más sueños, pero no pienso desvelarlos hasta que los alcance.

“Guason y Flufi parecían haberse transportado a su propia dimensión” dice en  La celada de Moriarty  (2014) que es toda una recreación ( Holmes conversa con Moriarty, hay una pelea en “Reichenbach”) de El Problema Final
En este caso, el escenario cambia, pero sí, es una parodia de lo que ocurre en el relato El problema final. De hecho, en cierto modo, esta historia continúa en la siguiente novela, en House es Holmes. No es casualidad que uno de sus capítulos se titule La casa deshabitada. Estos dos relatos que menciono son muy especiales para mí, pues La aventura de la casa deshabitada fue mi primer acercamiento literario a Sherlock Holmes. Lo leí en una edición de kiosco en la que habían cercenado la mitad del libro La reaparición de Sherlock Holmes y le habían cambiado el título por Las aventuras de Sherlock Holmes. Yo no había leído aún El problema final, así que imagínate mi impresión: la primera vez que me acerco a un libro de Holmes, y me lo encuentro muerto en la primera página, despeñado junto a Moriarty por las cataratas de Reichenbach.

El personaje de Flufi ( Moriarty) resplandece en este libro, se esmera en que Guasón y él (es revelador que ambos se llamen Pedro) disfruten  de la persecución, al fin y al cabo, como dice Guasón “ ¿Qué puede haber de malo en derrotar a un enemigo? Pues prácticamente lo mismo que hay en vencerse a uno mismo”
Es curioso que menciones sus nombres. Mi abuelo paterno se llamaba Pedro. Nunca llegué a conocerlo, así que su nombre me da mucha libertad de creación, porque lo asocio a él, pero a la vez no me condiciona. Además, mi padre me ha transmitido el cariño que le guardaba, y para mí es fácil nombrar con el nombre de Pedro a aquellos personajes por los que siento una especial ternura. Pedro es un buen nombre sobre el que edificar mis iglesias.
Por otro lado, en cuanto a la relación entre estos dos Pedros, siempre ha pensado que, en esto de transformase en otra persona, Flufi es mucho más profesional que Guasón. Este no duda en abandonar su personaje por mendigar unas monedas o por hacer negocios sucios, y si se toma un par de chatos de vino y le apetece cantar una sevillana, guarda a Holmes en un bolsillo y aflora su medalla de la Virgen del Rocío. En la cabeza de Flufi no cabría un comportamiento igual. Él quiere rigor, quiere recreación. En cierto modo, esto se debe a que Flufi sabe que quizás no tenga la oportunidad de volver a ser ese personaje, el que sea que haya despertado siendo esa mañana, y sólo tiene una oportunidad para hacerlo bien. Guasón no tiene ese problema, va a seguir siendo Holmes el tiempo que la salud se lo permita.

“La industrialización está igualando a sus intervinientes. Dentro de poco tendremos todos el mismo rostro e iremos ataviados con los mimos vestidos”.  La celada de Moriarty es, por un lado, una reafirmación de la individualidad…
Especialmente en cuanto al lenguaje y al pensamiento. Hoy día se ha implantado la dictadura de lo políticamente correcto que, directamente, decide por ti qué temas son debatibles y qué temas tienen una sola línea de opinión por la que transitar. Te dice cómo hablar para no herir sensibilidades tan variadas y abundantes que uno ya no puede conversar con un desconocido sin miedo a insultarlo sin querer. Ya ni siquiera se puede hablar normal.

¿Por ejemplo?
Por poner un ejemplo, te diré que la destrucción del masculino genérico, sustituido por el uso constante del masculino y el femenino en los discursos políticos o en las bocas y plumas de los periodistas está acabando con mi salud. Y cada vez lo hace más gente, en los trabajos sobre todo, en las relaciones formales. Es absurdo; dificulta la función principal del lenguaje, que se la comunicación. Que este siga el principio de economía no es un capricho de los lingüistas, es que si en mitad de una frase me bombardeas con información irrelevante, voy a cambiar de canal hasta dar con alguien que hable castellano.
No sólo quieren que seamos todos iguales, sino que quieren que seamos todos igual de ignorantes y de vagos mentales. Lo políticamente correcto es el arma perfecta para cercenar el criterio propio, la capacidad de razonar y el arte de hablar diciendo algo.

Y por otro lado, La Celada… es una exaltación de la ingenuidad:  “Solo los críos y los locos conocemos la importancia de las cosas”
Mis personajes principales no son perfectos, ni mucho menos. Sin embargo, cada uno de ellos es, como decía Manuel Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno. De la poca concentración de maldad que hay en ellos emana esa inocencia, y es ella, a menudo, la que les granjea el apodo de locos, que podría aplicarse incluso a don Germán tras su proceso de quijotización.

La celada…  es, también, un  guiño a un tal Lucas, es decir, a un tal Julio, un tal Cortázar…
Cortázar es uno de esos autores que no dejan indiferente. A mí me caló muy hondo, por eso quise rendirle este pequeño homenaje.

House es Holmes ( 2016) es su novela más ambiciosa no solo por su longitud sino por la variedad de temas que toca, estilos y técnicas usa; es además, una novela poblada de personajes y situaciones  ¿No temió que en el algún momento se le fuera de las manos?
Lo cierto es que no. Ten en cuenta que yo ya llevaba años conviviendo con muchos de esos personajes. Algunos me acompañaban desde Rutinas, y los nuevos, bueno, les cogí cariño tan rápido que fue sencillo simpatizar con ellos y trasladarlos a las páginas. Y, sobre los temas, hoy día siento que los trajeron ellos, los personajes. En ningún momento pensé voy a hablar de esto y de lo otro. Cada personaje tenía sus preocupaciones y sus ambiciones y, al relatar sus pasos, los argumentos fueron desenvolviéndose. Además, me lo tomé con calma. Fui escribiendo a mi ritmo, de sábado a lunes, teniendo el resto de la semana para recrearme en las escenas que me tocaba interpretar cuando me sentara delante de la máquina de escribir.
Con respecto al estilo, más que miedo sentía curiosidad. Estaba deseando probar algunas cosas y esta novela tan disparatada me dio la oportunidad de jugar con ellas.

Por una parte, el humor de esta novela es si cabe más disparatado ( como, por ejemplo, la secuencia del juicio que es todo un monumento al absurdo) y más agresivo, lo que proviene de la conversión de Guasón en House
Esto es justo así, el humor es más agresivo e incluso el lenguaje general de la obra, y la culpa es de House. Quería que se notara el contraste entre un excéntrico posvictoriano y un borde de nuestro siglo. Ambos son genios, ambos ayudan a la gente, pero House no tiene la calidez de Holmes. A veces, en algunos relatos, cuando Sherlock solventa un caso, casi sientes cómo el detective asesor acuna a la víctima con sus palabras, la reconforta. Quería que se hiciera notar esa ausencia en el personaje  de House quien, cuando alberga ese tipo de sentimientos, los guarda y los hace rebotar contra la pared en forma de pelota de tenis o los puntea en su guitarra. Ambos procederes se atraen, pero cada uno me lleva a un sentimiento diferente.

“No salía de su asombro ante la naturalidad con que todos los presentes participaban de la locura de aquel pequeñajo” .Parte de la comicidad de viene de cómo los amigos de Guasón elaboran sus guiones y entran “ en personaje y situación” para recrear el mundo de “House”. Recuerda poderosamente (y para bien) a los episodios de la Ínsula Barataria en el Quijote.
Por supuesto. Sin embargo, algo que me pareció divertido hacer y que se plasma en el libro es, en cierto modo, revertir los papeles de mi Sancho y de mi Quijote. En este caso, el hombre recto y culto es don Germán, que es nuestro Sancho, y el zote es Guasón, nuestro Quijote. Pero en mis novelas todos se acaban adecuando a sus gustos y a sus excentricidades, y, a diferencia de lo que ocurriría en el pasaje de la ínsula de Barataria y en otros muchos pasajes del Quijote, no lo hacen para reírse del supuesto loco, sino para agradarlo y para poder participar de esa ficción que les resulta acogedora. La trilogía, aunque de forma soterrada, está cargada de bondad.

Por otra parte, aparecen un nuevo tipo de personajes: “Los vástagos de una generación atemorizada por la crisis, la experiencia social y las noticias del telediario” ; “Los autónomos son parados con chaqueta y corbata”…
Tengo treinta y dos años. Mi generación ha tenido que tirar a la basura gran parte de lo que aprendió en su casa. Creo que, en cierto modo, se debe a que nuestros padres fueron engañados. Les dijeron que había que comprar ladrillo, que había que endeudarse y que todo esto era por nuestro bien. Les ha salido mal la jugada. La mayoría de nosotros hemos vivido bien en nuestras casas, y a la hora de independizarnos lo hemos pasado mal: falta de trabajo, reducciones de sueldo, inestabilidad, al fin y al cabo, o una estabilidad paupérrima, pues estar sin trabajo ha sido una condición estable para mucha gente, me temo. Tenemos miedo, y eso se nota. A nuestros padres les dijeron que invirtieran, y nosotros prácticamente no tenemos capacidad de ahorro, y sabemos vivir al nivel de nuestras posibilidades. Yo, por mi parte, siento ese miedo, miedo a los bancos. Ni siquiera tengo una tarjeta de crédito; no le quiero deber nada a nadie.

También hay personajes más siniestros: dueños de negocios, despachos, gimnasios y bancos.
Es una novela más asentada en la realidad, porque el abanico se abre. Ya no nos centramos en un grupúsculo de diez personajes estrafalarios, sino que los mezclamos con agentes mundanos y vemos cómo se desarrolla esa relación entre el mundo que conocemos y el que intuimos, que es el que fabulamos.

Hay una emotividad en la novela que antes estaba oculta. En este sentido el capítulo VII de es muy emocional y elaborado (utiliza el cambio de técnica narrativa vista pasa del narrador omnisciente a la voz interior). Trata, además, una escena cotidiana, muy emocional y contenida (describe las emociones de los personajes mediante sus acciones con Coquete) entre el matrimonio  de Juan e Isabel…
Esta novela es algo más explícita en cuanto a las emociones de los personajes, pero de forma sutil, porque me disgusta regodearme en ellas. Cuando leo una novela y el autor pasa tres párrafos describiendo la pena de su personaje, no sé, me parece cursi y repetitivo porque casi siempre se usan las mismas palabras y las mismas frases hechas para contar que alguien está triste, o que ha sentido un flechazo al ver a una joven, etcétera. Por eso suelo utilizar la acción para describir la emoción. En este caso, hago uso del tiempo presente y cuento lo que hace Isa para aliviar a Juan. Creo que sus acciones son muy reconocibles, que todos nos podemos sentir identificados, por eso no las salpico de explicaciones sobre qué sienten los personajes ya que, probablemente, el lector ya lo está intuyendo, y la intuición es mucho más poderosa en estas lides. Además, en este capítulo, me gusta mucho el contraste que ofrece Coquete, el perro de la pareja. El mundo se derrumba, pero ahí están sus pasos resonando en las baldosas, alegrándose hasta morir porque Isa ha llegado a casa y siguiéndola por los pasillos. Cada uno tiene su papel bien diferenciada en el pasaje: Juan se preocupa, Isa se ocupa y Coquete, como todos los perros, ata el tiempo al presente.

Juan inició un descenso a los infiernos al desclasarse y quedarse en paro y encuentra un mundo paralelo, ya no es el de los bohemios, ahora son vagabundos excluidos, a veces voluntariamente, de la sociedad  por la crisis…
En la trilogía de Guasón casi siempre se trata a los vagabundos como bohemios, a menudo gente divertida, porque ese es mi deseo. No quiero que sufran, y en mi universo me lo puedo permitir. Me gustan mis vagabundos porque entiendo que componen la salida honesta del antisistema real, de aquel que se siente descontento con la sociedad y con la realidad. Mis vagabundos son soñadores que llevan a cabo sus sueños de forma patética para el que mira y sublime para el que observa. Pero luego está la otra cara de la moneda, la que conocemos, y en esta novela, más realista, no la he podido obviar. Por eso aparece este otro grupo de vagabundos, gente arruinada y desahuciada, gente más o menos divertida pero instalada en una circunstancia penosa y en un ostracismo involuntario.

La novela acaba en crescendo…
Me pareció la manera correcta de decir adiós y gracias por venir a todos los lectores que se acercan a Mi querido Guasón. Aunque, a decir verdad, no estoy tan seguro de que este sea su final. Pensaba que no se me iba a ocurrir nada más, y lo cierto es que algo me ronda por la cabeza. De todas formas, antes me gustaría apartarme un tiempo, tratar con otros personajes, volver a experimentar con otros géneros que hace tiempo que no toco. Ya veremos.

Y después, Flufi sueña “el sueño que ya nadie podría quitar de su cabeza”
Es una pena, pero sí. De hecho, esto estaba pensado desde tiempo atrás. Lo que le ocurre a Flufi al final está ya recogido en un relato que lleva su nombre, en Rutinas. Me costó mucho decidirme. A medida que iba llegando al final de la novela, las dudas me acuciaban. Flufi es uno de los personajes a los que más cariño guardo; me producía mucha ternura. Recuerdo que el día que escribí el capítulo XLIII: Fedón estuve triste, como si hubiera muerto un ser querido, y el capítulo siguiente lo escribí con lágrimas en los ojos, también en parte porque me obligué a escuchar durante toda la mañana el Adagio para cuerdas, de Barber. No fue fácil, la verdad, pero creo que lo despedí como se merecía.

En un momento dado del Quijote, cuando Sancho le advierte de la realidad que le circunda,  Alonso Quijano le reafirma y dice. “Yo sé quién soy”. A Guasón y a Flufi les pasa igual, saben quiénes son, no están, ni mucho menos, locos
Me costó tres novelas llegar hasta esa conclusión. En El vagabundo que se creía Sherlock Holmes y La celada de Moriarty no está tan claro. No quise tratar el tema de si estaban locos o no hasta haber profundizado más en ellos. En House es Holmes ya los conocía mejor, habían pasado por multitud de situaciones juntos. Así que hoy podemos decir claramente que no están locos. De hecho, su lucidez es tal que igual habría que encerrarlos.

Una entrevista de Luis de Luis Otero (Jabez Wilson) para el Círculo Holmes

Admin - 19:15:12 @ ENTREVISTAS



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